¿Existe la vocación política? Nuevo post de opinión para #FiltroValencia de La Vanguardia CV. Ya sabéis que si queréis leer el artículo original, clic aquí.

 

Este fin de semana hemos dado por clausurado el verano. ¿Cómo? Como mejor sabemos hacer: día de campo, risas, iberos, torrà, río, amigos y más risas. Y largas sobremesas que, de tan largas, se convierten en cenas. Probablemente esta sea una de las caras de la felicidad.

En esa sobremesa regada con mistela de Xaló, subterfugiamente apareció un tema que, en los últimos tiempos, ha formado parte del debate público: la profesión de los políticos. En este maremoto de corrupción que nos ha sacudido, una de las reacciones defensivas que hemos tenido –como sociedad- ha sido la de interesarnos y exigir una profesión previa al cargo político, como si, al hacerlo, pudiéramos fortalecer el maltrecho sistema inmunológico social. Tenemos la sensación de que el reconocimiento profesional pre-político disipa la idea de “entrar en política para forrarse”. Es posible que así sea, pero ¿percibo ciertos coletazos protestantes o soy yo que veo a Weber en todos lados? Ni tan claro ni tan calvo, aunque podamos estar de acuerdo con la idea, para evitar “que se meta la mano donde no toca” hay que creerse eso de la transparencia, la rendición de cuentas y la corresponsabilidad.

 

El caso es que entre los sobremeseros surgió el debate sobre el origen profesional de los políticos: aquellos vinculados –de alguna manera- a la administración pública versus los que emergen del activismo social. No faltaron argumentos convincentes de uno y otro bando. Conocer los procedimientos, tempos y vericuetos administrativos supone una ventaja considerable a la hora de hacer política. La ascendencia desde lo social va acompañada de carácter, compromiso y conocimiento práctico de la realidad. El debate estaba servido.

Como aquello de las cerezas, que sacas una y salen tres detrás, las ideas iban apareciendo y una se quedó rondando en mi cabeza hasta hoy, que estoy escribiendo estas líneas. ¿Dónde queda eso de “a la política, por vocación”? Siempre digo que mi profesión es vocacional, me gusta tanto que trasciende el mero trabajo para convertirse en una forma de realización -lo sé, Weber sigue asomando la patita. Mi trabajo se convierte en mi oficio. Es por eso que me pregunto si un político puede ser vocacional. Pongamos un ejemplo: el que hoy es secretario autonómico de transporte, en dos años puede ser conseller de sanidad. Más allá de la gestión de lo público y la toma de decisiones, que es común en estos dos casos, no puede haber un desarrollo profesional igual entre ambos. El secretario de transportes podría ser una ingeniera o un geógrafo, y el conseller de sanidad podría ser un abogado o una médica, por ejemplo. Me cuesta imaginar que una sola persona sea la idónea para ambos puestos que requieren conocimientos tan dispares porque un político no es sólo un gestor.

Dicho esto, y según mi modo de entender la vocación profesional, algo debe haber cuando se habla de la vocación política ¿no? ¿Qué será? Puede ser la gestión pública –visión reduccionista de la política-, pero si esto fuera así, podría ser funcionario y desarrollaría esa inquietud. O puede que su vocación sea el poder que emana del puesto político. ¡Ay, Señor, que la cosa se complica! Mal asunto si lo que mueve por dentro a un político es el poder, más que nada porque es infinito y porque el oficio pasa a segundo plano. Tal vez no hablaríamos de vocación política sino del fin último de la política. ¿Acaso no deberían ser los políticos vocacionales en sus profesiones y entusiastas coyunturales de lo político-público? Igual de esta manera habría menos adherencia perpetua a los puestos políticos y más especialistas transitorios, renovados y entusiasmados con eso de la vocación pública ¿Qué pensáis?

 

*Foto: Hemiciclo de les Corts Valencianes. La Vanguardia