(Véase Reflexiones cotidianas, más que nada para contextualizar)

Continuando con la idea de reapropiarnos del espacio público a través del análisis de las pequeñas cotidianidades caseras, hoy os propongo una reflexión a propósito de una estampa compartida. En estos días estivales me viene a la mente la imagen típica, que por suerte todavía está presente en algunos rincones de Valencia, de la gente mayor tomando la fresca delante de la puerta de su casa a la puesta del Sol. Supongo que es una imagen típica de muchos pueblos que nos hace viajar en el tiempo, cuando éramos más jóvenes y era norma salirse al fresco con el resto de vecinos y vecinas hasta la hora de cenar. Ese final de “vesprà” no sólo hay que entenderla como un comportamiento puramente refrigerador, sino como un momento de sociabilidad, en este caso, entre vecinos. Y he querido recalcar gente mayor porque son ellos los únicos que todavía sacan sus sillas de enea o de loneta (sí, sí, las de metal y tela de rayas azules o rojas para ir a la playa, y con brazos, por supuesto) para pasar los últimos instantes de la tarde.

Más allá de un análisis multifactorial profundo de este hecho –hemos quedado que esto son reflexiones al paso- yo os propongo centrarnos en un aspecto. Esta gente, nacida generalmente antes de los años 50 del pasado siglo, hacía la vida en la calle, al menos en nuestro territorio, pues la entendían como una prolongación más de la casa, sería su vertiente pública. A la mínima excusa, cuando llegaba el buen tiempo, se sacaba una mesa corrida y unas sillas y se preparaba una buena cena, entendiéndose, de esta manera, la comensalidad como una vertiente más de la sociabilización de la que hablábamos anteriormente. Porque ¿acaso alguien de los aquí presentes concibe la cena de sobaquillo sin ese sentimiento de apropiación del espacio? Sí, la cena de sobaquillo es una práctica muy valenciana, que aunque muchos aluden a que se debe al carácter ‘agarraet’ del valenciano yo prefiero pensar –reflexivamente, claro- que se debe a esa presencia naturalizada del ciudadano en la calle. Y ese sentimiento de pertenencia de lo público como espacio físico y simbólico en el que estar y ser hacía que, antiguamente –reitero que son muchos los factores explicativos, pero este es uno de ellos- nuestros ahora mayores consideraran la calle como propia.

Con todo, y aquí finalizo mi primer reflexión cotidiana a propósito de la calle, pienso que esta práctica tan arraigada aunque en proceso de desaparición de “eixir a prendre la fresca” debemos dotarla de fundamento y entenderla, de manera orgánica, como un comportamiento naturalizado de considerar la calle como algo propio y como tal, ese sentimiento conlleva la defensa de ese espacio público compartido, que al fin y al cabo es por lo que estoy reflexionando ¿no?

(Original en el Blog de AVAPOL)