La semana pasada estuve en Verona “la bella”. Caminando por sus calles se aprecia el esplendor comercial, cultural y político del pasado. De entre sus múltiples atractivos del presente sobresale uno por encima de los demás y que, además, fundamenta la política turística de la ciudad. El balcón de Julieta. Sí, la de Shakespeare. Ilusa de mí, pensaba que las masas de turistas fervorosamente encaminarían sus pasos hacia la estatua de Dante -politóloga se nace- pero no, parece ser que lo que marcan con gomets virtuales en Google Maps es el tributo a la Capuleto.

La conjunción de amor romántico –ya sabéis, el bueno, el de verdá-, atemporal y universal con turismo producen una explosión de emociones y expresiones populares que se concentran todas en el breve pasaje que lleva al balcón de la susodicha.

En ese espacio podría hablaros de la estatua de pechos dorados que tocan ls enmorads a la vez para sellar, a modo de superstición, su amor eterno. Pero me interesan más los chicles. De varios colores.

Sí, los humanos in love del siglo XXI no contentos con las notitas, los grafitis o los candados del amor, prefieren pegar chicles en las paredes ¿qué mejor expresión del amor profundo y sincero que dejar la saliva para la posteridad?

Resulta cuando menos perplejo y, cuando más, asqueroso a vista de alguien del siglo XXI, pero ¿qué pensaría Issota Nogarola? Ella fue una pensadora veronesa del siglo XV que, seguro, pasearía una y mil veces por esas calles sin atreverse a imaginar en qué se convertirían quinientos años después, llenas de gentes de todas partes de la Tierra, incluso de las Indias, con gomas de mascar coloreadas y palos con artefactos en el extremo que retratan instantáneamente.

Esta humanista, prácticamente desconocida, fue una intelectual extraordinaria de la que nos ha llegado su interpretación del mito de Adán y Eva, donde también él tiene algo de responsabilidad en el pecado. Interesante, ¿verdad? Estamos hablando de una teóloga del quattrocento que más allá de las doctrinas eclesiásticas y doctos varones de la intelectualidad, interpretó, es decir, mostró su opinión, osó tener voz, sobre uno de los pasajes fundamentales para la construcción del orden moral: el binomio mujer-pecado que acompañará a las sociedades occidentales hasta el siglo XX.

Ah, sí, se me olvidaba. Nogarola fue vilipendiada por su audacia al querer formar parte del pensamiento humanista como una pensadora más –ilusa– y se recluyó en su palacio hasta su muerte. Dejó de pasear por las calles veronesas y se centró en su De pari aut impari Evae atque Adae, obra que la convierte en una de las mujeres sobresalientes de la Europa humanista.

Ella no se lo hubiese imaginado, como tampoco se imaginaría que todavía hoy tendríamos resquicios del amor cortés disimulados en el inexpugnable amor romántico burgués. Sí, ese al que deben abrazar las mujeres si quieren alcanzar la felicidad terrenal. Ese en el que todavía subyace la idea de conquista cual territorio. Ese en el que la realización personal se construye a través de la alteridad. Ese que, todavía hoy, produce los estereotipos más profundos y políticamente correctos.

“Isotta Nogarola ¿Quién pecó más, Adán o Eva?” de Mercedes  Arriaga Flórez
Humanista difamada, Isotta Nogarola (1418-1466)
Curso “Las mujeres y el pensamiento político occidental”
“Lo romántico es político” de Coral Herrar Gómez