Una semana más vuelvo con mi post semanal en #FiltroValencia para La Vanguardia CV. Llegó el día que tanto esperábamos, las elecciones municipales y autonómicas y eso significa una cosa: los grande mítines de final de campaña. He asistido a cuatro de los 6 partidos que alcanzarán representación parlamentaria, salvo catástrofe. He aquí mis impresiones sobre este controvertido acto, para unos anacrónico, como el día de reflexión, para otros un momento de tradición e incluso, fiesta. Si queréis leer el artículo en su versión original, aquí tenéis el enlace.

“Editoriales en los periódicos del partido, distribución extensiva de propaganda y las biografías de campaña pusieron la nota; carreras, barbacoas, cenas, discursos por todo el país y debates siguieron como parte del estilo de campaña norteamericano” Silbey1. 1836. Estados Unidos.

Casi doscientos años después parece que las campañas electorales poco han cambiado, ¿no? Bueno, las formas sí. Y los medios de comunicación. Y la sofisticación. Y la profesionalización. Y las redes sociales, eso también ha cambiado. Y el dinero invertido. Y el protagonismo de la política. Bueno pero aparte de las formas, los medios, la sofisticación, la profesionalización, las redes, el dinero y el protagonismo de las campañas electorales ¿qué más ha cambiado? Efectivamente, todo al tiempo que nada porque la campaña tiene el mismo objetivo: dar a conocer las propuestas de cada partido y pedir el voto a los ciudadanos.

Admito que sería una trampa hacer creer que todo ha seguido igual en estos dos siglos de política moderna. Para empezar, la sociedad con sus ciudadanos y ciudadanas –a Dios gracias-, el escenario mediático, los modos económicos y la configuración política ni son ni serán los que fueron, pero como esto no es una clase de Fundamentos de Ciencia Política, os diré de lo que quiero hablar hoy: del mitin. Especialmente del mitin final de campaña.

Este es el acto que concentra buena parte de las fuerzas y recursos de los quince días frenéticos previos a las elecciones. Es el gran escaparate donde los partidos no dicen nada que no sepamos ya, donde no hay sorpresas, donde no hay caras nuevas. Pero algo tiene si todos los partidos, tradicionales o de nueva creación, siguen haciéndolo.

El mitin nos dice cómo es un partido y sus votantes. Sobre todo el lugar. El espacio elegido juega un papel simbólico de primer orden. Llenar el Salón de Grados de Historia o el Parque del Oeste es relativamente sencillo. Llenar la plaza de toros o un polideportivo no tanto. Pero ¿qué quieren transmitirnos los partidos con la elección de estos espacios? Los que apuestan por los grandes espacios, exhiben músculo porque pueden. No necesitan exotismos ni transgresiones, no hay nada que impresione más –mediática y personalmente- que una plaza de toros llena. El PSPV y el PP lo saben. Los que apuestan por espacios reducidos lo hacen pensando en reforzar su mensaje. Por ejemplo, el Parque del Oeste: jardín, urbano, pequeño, barrio obrero, espacio infantil significado, público. Lleva el sello Compromís. El Salón de Grados de la Facultad de Historia: universidad, universitarios-jóvenes, críticos, movimiento universitario pre-transición para los no tan jóvenes pero sí universitarios. Indudablemente Podemos. Polideportivo del Cabanyal: símbolo –y casi mito- de reivindicación, resistencia y lucha social, no es necesario añadir nada más. Inequívocamente, Esquerra Unida.

Si bajamos a la arena, ya en pleno mitin, podemos observar muchas cosas, muchísimas diría yo. Desde la puesta en escena y la cartelería hasta la animación, los tiempos y los protagonistas –como si de estrellas del pop se tratase-. Pero de entre todo lo observable sobresale la gente y el ambiente. Sin parangón, que diría aquél. El ambiente que se crea, que se respira, que se palpa, es lo mejor sin duda del mitin. Y para muestra un botón. El del sábado del PSPV la gente acudió en familia –sólo adultos- o en grupos, como si fueran peñas o quintos. Iban con su almuerzo, sus camisetas y sus ganas de pasárselo bien. Es una práctica que entronca con la tradición de partido de masas donde éste trasciende el ámbito político para irrigarse socialmente. Interesante. Bueno y la locura directioner por Pedro Sánchez también es digna de mención. El domingo fui al de Compromís y el ambiente era totalmente distinto. Festivo pero con cariz diferente: había niños. Parezco una abuela, lo sé, pero es la verdad, los niños dan alegría. Y si hay niños hay padres y esos padres no son muy mayores. Perfil mayoritario: menores de 55. Y el ambiente era de equipo ganador, ese equipo que no es el primero o el segundo, incluso ni el tercero, pero tiene la ambición, la mentalidad y la sensación de que van a conseguir hacer historia. Habrá que esperar al domingo, pero por si por ellos fuera, por los asistentes, digo, conseguirán un grapaet de vots.

Pero bueno, como reza el título de este post, lo que pasa en un mitin se queda en un mitin, aunque lo veamos por televisión, lo escuchemos en la radio o lo leamos en el periódico. Estamos en el plano de las emociones, de la interacción personal que conforma la actitud política. El objetivo del mitin es reforzar la decisión de grupo –voto- así como el sentimiento de pertenencia. Lo que se vive en un mitin es difícil de explicar, aunque sea una pata de jamón en una papelera.

 

“Pero no se iba a oírles, sino a tomar parte en una ceremonia de solidaridad colectiva, en una fiesta política en la que se participaba únicamente con gritos y aplausos. El que quería enterarse les escuchaba en la radio o compraba el periódico al día siguiente.” Alejandro Nieto2.

 

1 WARE, A. Partidos políticos y sistema de partidos. Madrid: Istmo, 2004. Página 467.
2 “Mítines y discursos” de Alejandro Nieto en Lex Nova. 2007.