Reflexión navideña, nada profunda y prescindible, seguro.

Nos empeñamos en enraizar el régimen político democrático en la Atenas de Pericles -y también de Zeus y Atenea, sobre todo de ellos, no lo olvidemos- por necesidad de legitimación histórica, de entroncamiento con el pasado, no porque tengamos algo que ver con aquellos tiempos y aquellos humanos.

 

¿Por qué? Si ni partidos, ni gobiernos, ni representantes, ni derechos civiles, ni división de poderes ni ciudadanía coinciden en algo más que el nombre. Así que aquí sigo preguntándome el porqué de ese empecinamiento por beber directamente de las mieles helénicas. Y no es únicamente la democracia, tan sólo tenemos que ver toda nuestra construcción social (cultural, política, jurídica y social) para atar cabos. No me refiero a comprender el siglo XIX, me refiero a esa necesidad de un arraigo histórico-social a algo, lo que sea, para imaginarnos y construirnos en el presente y especialmente si está lejos y es bonito.

 

Y ya está, no quería sino dejar constancia de que no pasa nada por deconstruir la teoría política, las bases socioculturales  y a nosotros mismos y aceptar que seguimos recreando la Atenas de hace 2500 años por romanticismo, etimología y estética.