Nuevo post de opinión para #FiltroValencia de La Vanguardia CV. Hoy, a falta de unos días para las elecciones,  toca hablar de la campaña electoral. Ya sabéis que si queréis leer el artículo original, clic aquí.

Para una apasionada de la política como yo, imaginad lo pagada que me siento en esta etapa dorada de la comunicación política y la demoscopia que estamos viviendo. Porque de la política en mayúsculas, con grandes liderazgos y discursos memorables… como que no. Tal vez haya cierta correlación inversa entre ambas. El caso es que no me negaréis que este pack electoral europeas-municipales-generales que está a punto de finalizar ha supuesto el desembarco de la politología, de los compolaholics(believers de la comunicación política) y de algún vende-humo suelto –que siempre ocurre– en los medios de comunicación y en las tertulias políticas. Y eso explica que en menos de 48 horas desde el debate hayamos visto, oído y escuchado análisis de todo tipo, reflexiones al paso y opiniones por doquier. Muy recomendables las de Jaume Pi, Javier Pérez de Albéniz eIñaki Gabilondo.

 

Os aseguro que no ha sido tarea sencilla decidir qué elementos elegía y cuáles quedaban fuera del post, pues tres horas de televisión dan para mucho. Hay que comenzar con el hecho de que una empresa privada de comunicación hay convertido un debate político en un auténtico show. Puestos a hacer un buen show, emular a los estadounidenses parece un valor seguro; o eso pensó Sánchez, que llegó con corbata roja, muy al estilo de los debates de allá, y al finalizar el acto hizo la última declaración –mucho más suelto que en el debate– junto a su mujer, que acaparó miradas y comentarios. No es la primera vez que lo hace durante esta campaña. ¿Serán los nuevos Obama?

Desde mi punto de vista este debate es histórico en un sentido: lo convierte en un verdadero espectáculo de la política. Hasta ahora en España los debates a dos a los que hemos asistido eran un absoluto tostón. Tras lo visto el lunes, no creo que la audiencia –palabra mágica– se conforme con menos. Esto es extensible a los Debates de la Nación, que por suerte, se van a convertir en auténticos escenarios de entretenimiento político del bueno, en sede parlamentaria; y si no, tiempo al tiempo.

 

Sobre gestos y comportamientos hay mucho donde elegir, pero en un ejercicio de autoconstricción, elegiré uno por candidato. De Sáez de Santamaría me impresionó la tranquilidad y control de la situación que tuvo, sabiendo el papelón que tenía, aunque fue deshinchándose poco a poco, salvo en el último tramo del debate. De Sánchez, si leyéramos sus propuestas en vez de verlas y escucharlas, tendríamos mejor concepto de ellas. Es decir, la guapura del candidato socialista que tanto le ha hecho ganar en carteles y mítines, se convirtió en una desventaja al dar la impresión de sobrao. Es una lástima que transmita menos que un acebuche porque probablemente fue quien mejor se había preparado el debate y quien mejor batería de propuestas llevaba.

 

De Rivera, pese a que es un buen ejemplo de político mediático, hay algo que no me gusta. Lo confieso. Un candidato que casi todo lo que dice “tiene sentido” o “es lo que piensa la gente” no me convence. En Ciencias Políticas le llamamos partido catch-all o atrapa-todo. Son partidos centrados que intentan pescar todo lo que se menea, por eso hay cierta vaguedad en sus posicionamientos salvo en un par de ellos –unidad de España-Cataluña y la corrupción– y eso, muy señores y señoras mías, me produce cierta intranquilidad. En este caso, tengo la sensación de que dan unas pinceladas al lienzo –pinceladas reconocibles por todos– y el votante acaba de pintar el cuadro por allí donde imagina que seguirá el trazo. Y, respecto a Iglesias, fue con diferencia quien más suelto se encontró, con tranquilidad, con humor, con cierta impertinencia en algunos momentos -“Pedro, tranquilo, no te pongas nervioso”- pero sin duda el claro ganador del debate.

 

Sobre el minuto final. Me quedaría con el contenido de Sánchez, por ser propositivo y tener una coherencia y profundidad argumental que no tuvieron los otros. Y con la emotividad a la que apeló Iglesias con eso del “no olvidar”, como recuerdo de un estado de ánimo de indignación=acción, y con el “sonreír” como emoción de futuro=satisfacción, algo obvio si tenemos en cuenta que ellos son los del eje post-post que supera el azaroso izquierda-derecha.

 

Por supuesto, y con esto termino, las ausencias fueron las grandes protagonistas de la noche. La ausencia temática de cultura, de medio ambiente y de igualdad en pleno siglo XXI. Y, sobre todo, la del Presidente, que antepone su estrategia política a su responsabilidad política demostrando una desfachatez inusitada que es claro reflejo de su cobardía ante la palabra.