Una semana más vuelvo con los post de #FiltroValencia, mi blog en La Vanguardia CV. Esta vez le doy vueltas a qué estará pensando el próximo alcalde de Valencia, a cómo se enfrentará a  la nueva situación o qué pensará de los ciudadanos. Ya sabes que si quieres ver el post en su versión original, debes ir a este enlace.

 

¡Ya hace 13 días del 24M y nosotros sin alcalde! Mejor dicho, sin saber el nombre del alcalde, porque lo que sí está claro es que será un hombre. Desde los tiempos de Maricastaña -bueno no tanto, allá por 1989- que Valencia no conoce alcalde. Aunque hasta ese momento un total de cuarenta y cuatro santos varones habían dirigido el consistorio municipal. Gran parte de ellos nobles o de familia de bien. Eso sí, el número cuarenta y siete será de clase media; es lo que tiene ser alcalde en el siglo XXI. De ellas, en cambio, solamente ha habido dos. De la número cuarenta y cinco sólo recuerdo el segundo apellido, “Villena”, por ser el pueblo de mis padres. Y de la número cuarenta y seis no tengo que recordar porque la he vivido y la viviré hasta que traspase la vara de mando.

 

¿Pero cómo será eso de tener un alcalde? ¿Será muy diferente a tener alcaldesa? Sobre esta disquisición judeo-masónica me vino a la cabeza el post de Barbijaputa del otro día. Ella escribía “no se hagan líos, las personas feministas seguimos queriendo mujeres en los órganos de poder, queremos mujeres tomando decisiones en empresas y en el Gobierno, pero queremos mujeres, no queremos personas con vagina sentadas en escaños que juegan al juego del patriarcado con las cartas y reglas del patriarcado, y que encima se vanaglorian de que son mujeres en un mundo de hombres…”. Supongo que esa es la diferencia. Tengo la sensación que tras estos veinticuatro años hemos perdido una ocasión de oro para conseguir otras formas de liderazgo y de hacer las cosas de manera distinta. Me pregunto si el próximo alcalde tendrá esa sensibilidad para gobernar o si notaremos las diferencias más allá del color político que les identifica.

 

Yo sigo con este comecome de no saber cómo será y qué sentirá el susodicho. Tampoco ha sido alcalde nunca. ¿Qué le pasará por la cabeza? ¿Tendrá pánico a abrir los cajones? ¿Temerá a los funcionarios? Son ellos, al fin y a la postre, quienes tienen el poder del Ayuntamiento –las llaves del cajón, me refiero-. Esto de los funcionarios es más complejo de lo que nos imaginamos. Mucho se ha escrito sobre la ética de la administración, sobre la independencia del cuerpo funcionarial o sobre su poder –autores como Nieto, Villoria, Ramió o Subirats son algunos referentes teóricos en España- pero poco se habla de la práctica, de la realidad de las relaciones entre políticos-técnicos en momentos de sacudida política como el actual. Eso de la ejemplaridad pública (externa e interna) y política debe estar presente como nunca.

 

Y en ese mar de incertidumbres en que me hallo, destaca por encima de todo qué pensará el próximo alcalde sobre los ciudadanos. Sí, esos a los que saludaba al ir a por el periódico o a los que gritaba si invadían el carril bici –dramatizo porque no lo sé, pero viendo a los biciclistas, generalizo sin miramientos- o esos con los que compartía bocadillo a la fresca en el patio de La Nau. De repente los vecinos pasan a ser ciudadanos. Y nosotros pasamos a depender de él. Sus decisiones afectarán a nuestras vidas. Y eso él lo sabe. ¿Qué debe sentir? Será como cuando estás en esas situaciones que sabes que van a llegar, que quieres que lleguen pero piensas ¿para qué me meto en este berenjenal? Pues lo mismo. Por cierto, qué poco sabemos de lo que sienten los políticos. ¿Por qué ocurrirá esto? Y no me digáis que les pagamos sólo para que hagan-decidan-gestionen, porque, en ese caso, apaga y vámonos. Soy de las que piensa que conociendo a la persona se entiende al personaje, por eso me gustaría saber qué siente el próximo alcalde. No sé, un making of o algo así estaría genial –y hablo todo lo seria que me permite la frase-.

 

Además ¡imaginaos la presión que tendrá! Con todas las expectativas depositadas en él, las de toda la izquierda, las de toda una generación. No me cambiaría por él. Va a ser el alcalde de la ciudad de las flores, de la luz y de la corrupción, ese desdoro que muchos intentan hacernos creer que va en nuestro ADN pero que responde más a una socialización no democrática que a posibles trazas de horchata en nuestra sangre. Reitero, no me cambiaría por él. Pero de verdad que me encantaría estar en su mente casi tanto como mirar por una rendija las mesas de negociaciones para la Presidencia de la Generalitat y comentarlas con Fani Grande y una bolsa de palomitas. Me lo imagino como Birgitte Nyborg, de la serie Borgen, recibiendo y escuchando a cada partido. Todos trajeados, con siete másteres, quince idiomas –entre ellos el singapurense-, los Starbucks en la mano, rostros impertérritos y, por supuesto, dotes de mando, empatía, visión estratégica y sentido de la responsabilidad ¿también os los imagináis así? Ay, pues yo sí.

 

En fin, igual tenemos suerte y el próximo alcalde lee estas líneas y tiene a bien compartir con nosotros un vlog donde nos explique qué siente, cómo se prepara y qué espera de toda esta situación. O tal vez esté encerrado en su casa con las persianas bajadas y la luz apagada mientras se balancea compulsivamente. Sí, probablemente a muchos nos viene la imagen de Homer; pero, para nuestra suerte, seguro que el próximo alcalde de Valencia está trabajando a destajo con su equipo para situar la ciudad, al menos, a la altura de donde la tenemos sus ciudadanos: la millor terreta del món. Sólo espero que seamos tan exigentes con él como lo hemos sido con la anterior residente del Ayuntamiento.