El sábado di mi última clase en la Escuela de Ciudadanía para personas migrantes organizada por Jovesólides, Espai Obert el Marítim y ACOEC. Estuvo genial volver a dar clase presencial y el grupo generó unos debates más que interesantes.

Uno de ellos fue sobre la dicotomía libertad e igualdad, tensión radical de la democracia. Y cómo una parece más fácil de alcanzar que la otra a tenor de los logros de las sociedades occidentales.

Otro de los debates, ya casi al final fue el de la representación de la minoría, de si el liderazgo puede ser ejercido por personas ajenas al colectivo o no. Tema que venía a colación de la representación descriptiva y sustantiva que habíamos visto en el Congreso de los Diputados sobre las personas de origen migrante y sobre las mujeres.

Pusimos de ejemplo mi caso: yo, mujer, blanca, de clase media, valenciana y con buen acceso a los recursos públicos, políticos y comunicativos debía ser o no la lideresa del hipotético lobby de personas migrantes que iban a crear. Si acudimos a la teoría, vemos como más que representación hablamos de apropiación de la diferencia y de imposición de las voces dominantes o posicionadas. Pero la realidad nunca es tan nítida como la teoría.

Una pequeña parte del alumnado argüia en un sentido instrumental, ¿nuestra voz sin poder o la voz de una aliada con poder? ¿Queremos cambiar las cosas, sea como sea? Una mirada pragmática, con toda seguridad espoleada por la durísima realidad en la que viven. Ahora bien, el grueso del alumnado se situaba en la misma línea de la teoría, señalando la importancia de la voz propia, sin intermediarios y sin interpretaciones. Y, además, relacionándola con la fuerza de la representación, de la referencia.

Como os podéis imaginar, para alguien que disfruta de la política y del debate, estos momentos lo merecen todo.